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Leyenda de los Almogávares

El término almogávar deriva del vocablo árabe al-magawar, que significa el que hace algaradas o correrías.


Estos hombres formaban un histórico cuerpo militar, original de la corona de Aragón (s. XIII). Eran grupos de pastores que después de ver invadidas sus pasturas por los serraínos, no les quedaba otro remedio para sobrevivir que dedicarse a hacer incursiones a las zonas ocupadas, desarrollando tascas de castigos, información y mantenimiento de fronteras.

Su leyenda empezó a crecer con sus triunfos, que fueron acaparadores: expulsaron de Anatólia y de Asia Menor a todos los turcos, y además, sorprendieron con grandes campañas cómo el libramiento de la ciudad de Filadelfia y la conquista de Valencia y Mallorca. La leyenda dice que 1.500 caballeros de la corona Aragonesa y 4.000 soldados almogávares con los gritos de “Desperta Ferro” (Despierta hierro, haciendo referencia a sus espadas) y “Sant Jordi” (el legendario caballero catalán) eliminaron a 7.000 turcos (de un total de 18.000), mientras que los catalanes solo registraron 180 bajas.


Incluso en el prólogo de La Campana de Huesca de don Antonio Cánovas del Castillo, escrito por don Serafín Estébanez Calderón (el Solitario), se brinda una descripción (que me ha encantado) de éste temible cuerpo militar: "De estatura aventajada, alcanzando grandes fuerzas, bien conformados de miembros, sin más carnes que las convenientes para trabar y dar juego aquella: máquina colosal, y por lo mismo ágil y ligero por extremo, curtido a todo trabajo y fatiga, rápido en la marcha, firme en la pelea, despreciador de la vida propia, y así señor despiadado de las ajenas, confiado en su esfuerzo personal y en su valor, y por lo mismo queriendo combatir al enemigo de cerca y brazo a brazo para satisfacer más fácilmente su venganza, complaciéndose en herir y matar. Su ferocidad guerrera eclipsaba la idea del falangista griego y el legionario romano; superándoles en el gesto feroz enmarcado en el revuelto cabello, sus acerados músculos se enroscaban en brazos y pechos como sierpes de Laoconte, y en su traje se unía la rusticidad goda a la dureza de los siglos medios. Cubrían su cabeza con una red de hierro que bajaba en forma de sayo como las antiguas capelinas, prestándoles la defensa que a los demás ofrecían el casco, la coraza y las grevas; envolvían los pies en abarcas, y pieles de fieras les servían de antiparas en las piernas. No llevaban escudo ni adarga, limitándose a la espada, pendiente de rústica correa que bajaba del hombro ó sujeta al talle por ancho talabarte, y un pequeño chuzo semejante al usado por los alféreces del siglo XVI. Iban provistos de dos ó tres dardos ó azconas que arrojaban tan pujante y certeramente que atravesaban escudos y armaduras de parte á parte. El campo les prestaba hierbas y agua, y su único menester era el pan, que guardaban en el zurrón ó esquero puesto a la espalda. Su vestido, en todo tiempo, era una camisa corta y una ropilla de pieles; vivían más en los desiertos que en poblado; dormían sobre el suelo y, curtidos en la fatiga y las privaciones, tenían singular gallardía y ligereza. Nada era imposible a tales soldados, que hacían continua guerra a los moros enriqueciéndose con el botín de la conquista, y para quienes era obra de pocas horas la más larga jornada, cosa corriente vadear un río, escalar ásperas pendientes y llegar silenciosos cerca del enemigo para hacer más horrible su alarido al caer sobre los sorprendidos en certísimos saltos é interpresas, azotando el hierro contra el hierro ó contra el suelo al grito implacable de: ¡Desperta ferro!"


 Además, existen varias leyendas de estos peculiares guerreros cómo ésta: Que explica que durante la campaña de Sicilia un Almogávar fue cogido prisionero de los Francos y fue llevado delante del mismísimo rey, éste intrigado por la fama que ya tenían los almogávares, le propuso un trato. Si el prisionero quería, le proponían enfrentarse en un duelo a muerte, cada uno con sus armas, contra el mejor de sus caballeros. Y si lo ganaba lo dejaría libre.

El Almogávar aceptó sin dudarlo. Y así se vio con su lanza y su coltell delante del mejor caballero de los francos, con toda su armadura, sus armas de guerra y montado encima de su caballo.

El catalán se plantó a una distancia suficiente delante del caballero franco y esperó a que éste se lanzara a galopar contra él, y cuando así lo hizo, el almogávar clavó con todas sus fuerzas la lanza contra el pecho del caballo, que, mal herido cayó abatido, el caballero y su armadura rodaron por el suelo, pero antes de que el franco pudiera reaccionar, el almogávar ya le había saltado encima, arrancando el casco del guerrero franco para cortarle el cuello con su coltell, y fue entonces cuando el rey franco le ordenó parar, obligándole a dejar vivir a su mejor hombre a cambio de su libertad.